viernes, 23 de septiembre de 2016

Gritar en Islandia

Islandia es un lugar que da ganas de gritar. Así, sí. Te parás, agitás los bracitos, o los dejás quietos al lado del cuerpo, y empezás aaaaaaaaaah. Aaaaaah. Ah. De verdad que sí. Ger me dijo que pare porque la gente iba a pensar que me caí por la montaña o que me pasó algo. Pero puedo seguir con el movimiento de los bracitos, así como bailando. Eaea. Pepé.



Ya se ha dicho que los islandeses están locos, quizás por la locura que es este país, quizás se me está contagiando toda esa magia y deliro deliro. En tres días vimos una enormidad de paisajes diferentes e increíbles, sin recorrer tanta distancia, casi sin parar.

A ver si puedo reconfigurar: llegamos cerca de medianoche al aeropuerto de Keflavik, lugar desde donde teníamos que pasar a buscar el auto que Ger había reservado para el día siguiente, o sea que veníamos predispuestos a una noche de sueño en el aeropuerto (por más que los carteles lo prohibiesen), hasta que a él se le ocurrió llamar y ver si podíamos buscar el auto en el momento. Resultó que sí, y que para ir a buscarlo había que tomar un bus que pasaba por ahí nomás, así que salimos y aaaaaaaaaaaaaaaaaaah una cosita verde en el cielo. La primera mini aurora boreal. Así que nada, todo excelente. Esperando al mismo bus había dos españoles y oh sorpresa, un argentino. Chiquito, el mundo, ¿no?.

A a eso de la 1 y media de la mañana, entonces, teníamos autito, en un país loco del cual no sabíamos casi nada, ni teníamos lugar a donde ir. Seguimos hasta el pueblo y buscamos un lugar cualquiera donde parar el auto y dormir adentro hasta que sea de día, y resultó que ese lugar cualquiera era justo frente al océano. Ahí nos despertamos. Hermosidad.

Primera mañana


Y de ahí, la aventura. Antes de ir a Rejkavik dijimos ¿por qué no pasamos por el Blue Lagoon que está cerquita? Así que pasamos por el Blue Lagoon que está cerquta. Y flashamos, porque todo empezaba a ser Islandia. Y después Rejkavik, y empezó a llover y desde ahí que nunca paró. Bueno, sí paró, pero es como una cosa continua que a veces se interrumpe. Me encantaría contar todo, pero es muy pronto para tomar distancia. Este lugar es una maravilla. Todo el tiempo los ojos abiertos para ver el paisaje que siempre cambia y siempre sorprende, desde nuestro pequeño autito que se transformó en nuestra casita (trajimos carpa y bolsa de dormir, pero hace fresca de noche y nos faltó el aislante.. Así que reclinar el asiento se volvió nuestra mejor alternativa, además de que podemos parar casi en cualquier lugar). Ya vendrán mejores narraciones. Por ahora todo es alucinante, andamos un ratito en auto y ya paramos, o porque llegamos a destino (las distancias son cortitas), o porque el paisaje es demasiado lindo y queremos mirarlo y sacar fotos. Sólo nos chocó un poco la cantidad de turistas que cruzamos, siendo ya principios del otoño. Caen todos juntos a copar cada lugar. Especialmente chinos, pero muchos franceses, yanquis, algunos ingleses, y hasta, como siempre, algún que otro argentino (¿por qué, cuando estábamos saliendo del agua en el río termal en Hveragerði, en nuestro rinconcito en el que no había nadie más, vinieron a instalarse justo en el mismo lugar una pareja de compatriotas, teniendo tanto otro lugar? Nunca se comprenderá).


Blue Lagoon


Cosos humeantes de camino al río termal de Hveragerði


¿Quién dijo que en Islandia hace frío?


Almorzando en una mesita al costado de la ruta, al lado de un montón de cruces
(nuestra película se llama "Haciendo cualquiera en Islandia")






Por Dyrholaey

Así venimos: ruta, paisaje, parada, pero esto es puro aire y naturaleza, si se quiere. La única ciudad es Rejkavik, que de por sí es como un gran pueblo; al resto se los ve desde la ruta, tímidos pueblitos o casitas de a dos o de a tres bajo una montaña, en una cueva o una colina. Y muchos caballitos, y muuuchas ovejas. Sentimos también todo el tiempo la presencia de Pepu y Pablo, que vinieron este año, y nos preguntamos qué habrán hecho, si habrán parado acá o allá, mirando la guía y el mapita que nos dejó Pepu. Todo es una locura, puede que terminemos de la cabeza. Además porque entre nosotrxs nos damos manija con el delirio (hacía mucho que no estábamos tanto tiempo “solos”, sin estar alojados en casa de alguien o algo así). Pero creo que vamos a sobrevivir.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Lo malo de Saint Malo y lo bueno de tener casa y amiguis

Se nos apelmazó el final de Bretaña, porque llegamos a Saint Malo recién a la tardecita, cargados, nos costó llegar a la casa donde teníamos habitación (otra vez airbnb, habíamos encontrado al mejor couchsurfer del mundo que tenía una foto con una espada láser delante de un cartel de star wars y era ideal a nuestra ñoñez, pero parece que no podía alojarnos...), y al otro día ya queríamos ir al Mont Saint Michel y volver a París, todo junto, porque prepararse para Islandia y las traducciones y bla bla.


Ger bailando en las puertas de la fortaleza






Y eso, hay poco para decir porque Saint Malo es bonito pero sólo en la parte de la ciudad vieja, o quizás esa fue la impresión que tuvimos porque nuestro host no fue tan amable y nos sentimos menos bienvenidxs que en cualquier otro lugar de la Bretagne. Era una casa grande de familia grande en la que, o bien pensaban que éramos tontos, o que no entendíamos nada de francés, o no tenían el más mínimo interés en quiénes éramos ni qué hacíamos. Estábamos en el altillo, que es una habitación bastante grande, linda y re bien decorada, con bañera adentro y todo, pero nada. Poca onda, y encima a la noche parece que había fiesta, a la que obviamente no nos invitaron, pero la escuchamos desde arriba con todas las ganas de poder estar durmiendo en paz. En fin, sí es loco el pueblito que es como una fortaleza rodeada de mar, y por dentro las callecitas finitas y las cosas viejas y la pizza que nos comimos y no mucho más.




Obviamente no llegamos a ir al Mont Saint Michel, porque queríamos ver Saint Malo de día (sólo lo habíamos recorrido de noche) y después la combinación de transportes era o carísima, o con horarios casi imposibles. Casi nos mandamos a hacer dedo otra vez, pero no estábamos de ánimo y terminamos discutiendo. Y sí, a veces está todo bien, a veces se discute. Igual nos queremos. Pero pasa.

Así que tomamos un bus directo a París, que nos dio la sorpresa de pasar efectivamente por el Mont Saint Michel, así que lo vimos de lejos, que al fin y al cabo es lo importante según Ger; y volvimos al camping, que es como un hogar por más que siempre durmamos en una cama distinta, porque hay amigxs. Descansamos, terminé una traducción, festejamos el cumpleaños de Anna ayer a la noche, y ahora ya está. Ente pitos y flautas, dejar cosas y agarrar cosas, nervios por la organización simultánea del viaje que estamos por hacer y del que viene después, a la vuelta de Islandia...

¡Islandia! Nos vamos a Islandia. Una locura.
Muchas de las veces que respondimos a las preguntas sobre nuestro itinerario, contando que íbamos a ir, la gente nos preguntaba ¿Islandia?¿Por qué?.

¿En serio me estás preguntando?
¿Islandia?


Ya vas a ver.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Todavía más al oeste

El viento me confió cosas que siempre llevo conmigo.
Eso recordé el miércoles en la pointe du ménhir, mirando un mar inmenso, un cielo enorme, sintiendo el viento del Atlántico pegando fuerte contra la cara y el cuerpo.



Aún en la región de Bretagne, llegamos a Crozon, que es el lugar más lindo del mundo según nuestro host Philippe (airbnb esta vez, no couch disponibles en el lugar más lindo del mundo). Creo que otra vez, no sabíamos con qué nos encontraríamos, pero claramente esta fue la mejor sorpresa hasta ahora: nos descubrimos, en un día y medio, caminando por lugares increíbles, durante horas y horas recorriendo la “presqu'île” (literalmente “casi isla”, así le dicen, digámosle península que es más fácil), pasando por paisajes todos distintos, siempre con mar pero a veces playa de arena, a veces piedras, a veces montañas, acantilados, bosque, desierto. Siempre por senderitos que por momentos eran un hilito al borde de las rocas altas y enormes. Y el agua verde, hermosa. Islitas a lo lejos. Mucho viento, a veces lluvia, ¿pero qué importa cuando estás en el lugar más lindo del mundo?









puentecito (chiquito sólo de lejos) del chateau de dinan (piedra enorme que parece un castillo).
Dicen que si pasás por ahí y pedís un deseo para este año, se te cumple


las piedras del chateau de dinan más de cerquita


Ger chiquito después de haber cruzado el puentecito

Tuve la impresión de que al fin me sentía en esa Bretagne tan maravillosa, de la que tanto me hablaron, en esos paisajes que había escuchado elogiar con tanta certeza por gente que conocía o era de la región. Y eso fue también caer en la cuenta de que este es el viaje que quería (¿seis meses después, piba? Sí. Seis meses después), este es el aire que quiero dejar que cale hondo en mis pulmones. Toda la magia que había empezado a brotar en Brocéliande y en Carnac se volvió mística y enorme en esta parte del continente, tan tan en la puntita.


Pasamos, entonces, dos noches en Crozon (la segunda Philippe nos dejó la casa sola y le dejamos hoy las llaves en el buzón, dato que habla de la buena onda y la confianza de la gente de esta región). Hoy salíamos para Saint-Malo, que no es cerca, habíamos pensado tomar un bus a Brest y después esperábamos confirmación de un blablacar que creímos era la mejor opción, pero nunca respondió, y una hora antes de salir Ger me dice que había visto mal, que el bus que pensábamos tomar no era hoy. Parecía que no había mucha opción, así que sin perder la sonrisa (fundamental) decidimos salir a la ruta y probar suerte al menos hasta Brest. Ya habíamos hecho dedo ayer volviendo del trekking de todo el día y no nos había ido nada mal, pero hoy fue directo: no debemos haber esperado más de dos minutos, y estábamos viajando primero con un tipo que nos acercó al cruce, y después con otro que, aunque primero nos anunció que nos dejaba un poco a mitad de camino, terminó ofreciéndose a llevarnos directo, y encima nos fue haciendo de guía turístico. Nos bajamos juntos en el puerto a ver los barcos y todo. ¿Qué más se puede pedir? Ahora estamos en el tren a Saint-Malo, cero expectativas. Una noche acá y se va perfilando el retorno. En el medio me surgió un trabajo de traducción así que entre eso y el blog, en los trenes le doy duro al teclado.


Por lo demás, todo bien. Estamos bien y contentxs. De a ratos extraño un poquito, quizás sigo lamentando los sucesos y cumpleaños que me pierdo estando lejos. Pero con amor y confianza: ese mismo viento atlántico que me cantaba tantas cosas, ¿no habrá movido las cortinas de alguna casa allá en La Plata, diciéndole también sobre la vida y el mundo?





martes, 13 de septiembre de 2016

De Merlín a los duendes neolíticos, pasando por Camboya y el mar

Alguien diría que con semejante título, esta historia debería abarcar mucho más que dos o tres pequeñas jornadas de aventuras. Y sin embargo, aunque a nosotrxs también nos parezca difícil asimilarlo, todos esos viajes espacio-temporales se (nos) produjeron desde el domingo.

El domingo, entonces, aún estando alojados en lo de Patricia y Robert, fuimos a Brocéliande, lugar del que conocíamos bastante poco antes de llegar, tan poco que nos llevamos un par de sorpresas. En sí, sabíamos que era “el bosque de Merlín y el Rey Arturo” pero nada más. No sé qué imagen teníamos, yo creo que más bien un bosquecito frondoso y encantado pero recorrible a pie y en donde fuera factible encontrar una espada en una piedra en algún lugar. Pero no: Patricia nos dejó en un mini pueblito que en realidad era el centro de todo lo que Brocéliande ocupa: es un bosque gigante con pueblitos y campos y tierras en el medio, y cuando en la oficina de turismo preguntamos sobre recorrido lo primero que nos dijeron fue: “bueno, acá agarran el auto y van para acá y después agarran el auto y van para allá” y bla bla. Bueno. Así que sin auto, ¿nada? Nah. El minuto de decepción dio paso a una de las mejores decisiones que tomamos en estos días: movernos unos pasos y alquilar, ahí nomás, unas bicis eléctricas, que el dueño del lugar nos dejó al módico precio de medio día en vez del día entero.


ñoña


Y qué decir. El bosque es hermoso, y siempre amé los bosques, pero ahora también amo a las bicis eléctricas. Tienen como un motorcito que te ayuda cuando estás cansadx o cuando tenés una gran subida, son como la mejor amiga de la vida. “Estas bicis son el futuro”, decía Ger. Así que recorrimos bastante (no todo), y lo mejor no fueron tanto los lugares “turísticos” (como siempre) sino más bien las grandes porciones de bosque, sobre todo a la tarde, cuando el sol que pasaba entre los árboles me hizo acordar cómo lo que más me gusta de los bosques es la luz. Y también la ruta, montadxs en nuestras súper bicis, viendo campos y de pronto casitas de piedra con tejas negras y florcitas en el medio de la nada. ¿Cuántos duendes visitarán de noche esos lugares?







gato en el pueblito del medio (Paimpont)

 Y el lunes llegó finalmente la despedida. Le dijimos chau a esos pseudoabuelos británicos que tuvimos por una semana y que me dieron de a ratitos un poco de extrañitis de los míos que en su mayoría están muertos (hay que decirlo). Pero en fin, chau a la sobrealimentación de cosas ricas y sobre todo al inglés, para dar paso nuevamente al francés, esta vez de la mano de nuestro nuevo host: Suong, camboyano residente francés desde sus 6 años, y su novio Xavier, francés que le debe llevar un par de años de ventaja y que no deja de hacer chistes, acá en la ciudad de Vannes. Suong nos recibió con la mejor, estuvimos charlando y conociendo un poquito de Camboya, comiendo tortitas de la fiesta de la luna, y más tarde también con Xavier salimos a recorrer el pueblo de noche. Llegamos ayer, nos vamos mañana, ya todo empieza a ser así.




Estarían faltando, entonces, los duendes neolíticos y el mar: eso fue hoy en Carnac, otro lugar al que fuimos medio desinformadxs (parece que estamos vagxs, pero entre buscar couchsurfing, transportes, comida, y vivir, ¡no es tan fácil salir de viaje con todo!). De hecho, fue otro lugar al que llegamos sin auto y que parece estar bastante preparado para ir motorizado. Sabíamos que en Carnac habían unos “alineamientos megalíticos”, o sea piedras enormes alineadas desde la prehistoria, tipo Stonehenge. Y creo que nos imaginamos ir al lugar, verlas, flashar un poco y volver... Pero la realidad nos devolvió (¡tush! Con una cachetada) un recorrido de 4 km (sólo ida) en el cual íbamos viendo los alineamientos y cosas que hay que ver. Fue impresionante al principio, pero después fue perdiendo el encanto por varias cosas: primero, todo está cercado y solo se puede ver desde afuera durante temporada alta, recién a partir de octubre lo abren (¿?); segundo, en un momento empieza a ser bastante monótono; pero lo más molesto es que el camino era básicamente la ruta por la que pasaban autos y camiones y camping-cars (¿qué le pasa a la gente acá con los camping-car? ¡Están en todos lados!¡No jodan!¿A dónde los guardan, después?), y a veces hasta algunas calles cortaban el terreno de las piedras, incluso algunas casitas que estaban ahí en el medio. Todo medio raro. Hubo una onda rara, como de duendes malos. Pero en fin, caminamos mucho, llovió un poquito, después caminamos de vuelta y seguimos hasta el mar, ¡el mar por primera vez acá!!! Pero empezó a llover más y viento y clima horrible y pronto se hizo la hora de volver.



alineadas con la ruta



Úf. Respiro. Quise contar todo de un choclazo.

Porque ahora hay que ir a dormir y mañana partimos todavía más al Oeste.
Todavía más al Oeste. Ya tengo título para la próxima (también me puedo inventar ya la historia, pero no me quiero desilusionar).



sábado, 10 de septiembre de 2016

Bretaña también es un poco Gran Bretaña

Otra cosa que tiene de divertido el viaje (El Viaje) es que siempre se está como en la silenciosa búsqueda de la película que siempre nos armamos sobre todo (La Película, basada en gran parte en la paleta de películas que vimos, libros que leímos, historias que nos contaron), y que tarde o temprano aparece como de la nada, y en un momento nos encontramos así sin más siendo parte de una cena de una familia de ingleses compuesta por abuelos, hijos, nietos y perros (sobre todo muchos protagonistas perros) degustando una típica roast meal a la luz de las velas (porque se hizo tarde, porque la familia se atrasó en la ruta, otherwise we always take dinner at seven). Así, con el acento inglés y la tonadita tal cual. Todo tal cual.

Vinimos a lo de Patricia y Robert gracias a workaway, página que propone un intercambio entre voluntarios que ofrecen trabajo y anfitriones que ponen casa y comida. En su mayoría son casas grandes con terrenos de granja o huerta o trabajos... de campo, como lo que estamos haciendo. Nos encontramos acá con estos dos british jubiladxs y sus tres perros sagrados, un enorme parque con greenhouse, huertita, un arroyo que lo atraviesa, y una casa antigua, enorme y hermosa que fue la primera en darme la certeza de que estaba adentro de una película, entre la decoración ecléctica, las fotos viejas en las paredes, los tres pisos con paredes tapizadas, los muebles antiguos que parecen guardar cosas misteriosas que no se tocan desde hace quién sabe cuánto. Y después, claro, escuchar a la típica pareja de ingleses casados hace cincuenta años: les entiendo la mitad con ese acento increíble que tienen, pero alcanza para ver cómo se quieren, haciéndose bromas y echándose en cara siempre alguna que otra cosa frente a los demás. Robert es casi literalmente un niño, con sus setenta y uno, tiene una carita de picarón que no se le va en ningún momento y se pasa el día en el piso de arriba con la tele y la computadora. Patricia es la más buena onda, siempre encontrando cosas para hacer en la casa y el parque, ocupándose, cocinándonos de todo (por si nos faltaba engordar un poco más, después de las glotonerías que nos mandamos París), buscando tareas variadas para que no nos aburramos de estar acá.






Así que estamos teniendo unos días muy campestres, desmalezando, juntando leña, destapando la mugre que se juntó en el arroyo para que vuelva a fluir, viendo los resultados, contentos. Es muy hermoso, por más que el trabajo no haya sido lo más agradable, ver la transformación de un curso de agua que estaba estancada y que vuelve a correr, limpiando, haciendo girar el molino... También es hermosa la paz que hay acá y la inmensidad de campos y colinas que se ven a lo lejos. El otro día  salimos a andar en bici y nos maravillamos con el paisaje, por más que sea así de simple, campo. Fuimos hasta el canal Nantes-Brest que está acá cerquita, en el camino habremos cruzado como mucho diez autos. Paz.


we are not teletubbies





Y hoy Patricia nos llevó a conocer Josselin, pueblo también muy antiguo con castillo e iglesia hermosos, como de costumbre. Acá también vi algunas de esas casitas con maderas que había en Alsacia y Normandía, pero parece que lo más típico son las construcciones con piedras a la vista. Paseamos un poco por el mercado y de algún modo, entre un acordeón y unas postales feas, me acordé que estábamos en Francia: todos estos días con silencio o inglés en la cabeza, podríamos bien haber estado en Inglaterra. Quizás no hubiésemos comido esas riquísimas galettes, pero hubiese sido más o menos igual: sólo una vez vino una familia de franceses amiga, caso raro entre los amigos ingleses, la jardinera inglesa, el tipo que vino a cortar el pasto, también, inglés... Además de todos los que vimos y escuchamos en el pueblo (“Have english television in your french house”, o algo así decía un cartel delator de la invasión en una vidriera de por allá).



el marché de Josselin

foto que saqué atolondrada mientras un tipo me hablaba sobre una gárgola que tenía testículos

Y mañana vamos a conocer Broceliande, el bosque del Rey Arturo que parece está cerca de acá, y el lunes seguimos viaje. Nada seguro por el momento. Quizás extrañemos la comida, la paz y la buena onda de estar acá. Pero estoy segura de que alguna otra buena película vamos a encontrar.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Vive l'Alsace, y Dios bendiga a los lockers

Nos fuimos y volvimos y nos volvimos a ir de París en cinco días, cinco largos días que fueron el despegue y el comienzo de esta parte del gran viaje. 

Despedimos al camping sabiendo que íbamos a volver pero que no iba a ser lo mismo, vaciamos la casa, regalamos cosas, guardamos otras, hicimos dos mochilas grandes (grave error) y dos chiquitas, y partimos a una nueva aventura.
Empezamos por Alsacia porque podíamos ir con Laurent, lo cual significó viajar en auto en vez de tren o bus (eso no quiere decir que el trayecto haya sido más barato, pero sí más agradable y divertido), y poder parar en principio una, y finalmente dos noches en la casa de sus papás en Zertwiller, además de tener a un guía personal, que apenas llega a la región adopta el acento típico y todo. 
Ah, l'Alsace...




Zellwiller fue entonces nuestro primer destino, aunque antes visitamos brevemente Obernai, básicamente para ver si la heladería estaba abierta (llegamos cerca de las 9 o 10 de la noche, y eso ya es tarde en cualquier lugarcito de por acá) y tomarnos un buen heladito de bienvenida. Zellwiller, entonces, es un mínimo pueblito que tiene casas típicas antiguas (de las que ya volveremos a hablar), y por otro lado un barrio completamente nuevo con casas recién construidas como la de los papás de Laurent, a la cual calificamos sin ningún remordimiento como Casa Del Futuro. Acá parece que la moda es que todo sea entre blanco y gris, con algunos toques de negro o plateado, obviamente cocina con isla y persianas que se cierran solas en toda la casa cuando se aprieta un botón. Es tan moderna la casa que hasta tiene un inodoro en la misma habitación en que hay ducha, nótese lo extraño que puede llegar a ser encontrarse con esa situación en un típico hogar francés. En todo caso, nos sentimos bienvenidos, descansamos, y al día siguiente Lolo nos llevó a faire un tour.

Conocimos de día Obernai, subimos a la cima del Mont Odile, en donde hay un viejo convento desde donde se ve desde lo alto gran parte de la región, y bajamos por la ruta de los vinos, un camino lleno de pueblitos hermosos uno atrás del otro, en donde nos cansamos de ver casitas coloridas. Parece que esas construcciones, así, todas bonitas de colores y con el motivo de maderas que se ven en el exterior, son típicas de Alsacia, pero empiezo a dudar un poco, porque ya me había señalado Chloé que eran típicas de Normandía cuando fuimos a Rouen, y sospecho que deben ser típicas de un par de regiones más. 



Obernai (ah, en Alsacia todo tiene flores, toooooodo tiene muuuchas florcitas)


desde arriba


desde más arriba

También descubrimos que en Alsacia “lo que hay” son cigüeñas, y que aquellxs (como nosotrxs) a quienes sus padres contaron que los bebés son traídos por una de esas aves desde París, fueron vilmente engañadxs: los bebés vienen de Alsacia, en donde además hay muchísimo repollo (para hacer choucroute), de modo que la hipóteses de que nacemos de esa verdura vale también para justificar el origen alsaciano de todo ser humano en la Tierra.



el mejor motivo para no comprar souvenirs es que todos son así

Y por último nos tomamos un vinito en Riquewihr, un pintoresco pueblito en donde en teoría sólo se puede entrar a pie (algunos turistas perdidos se mandan en auto igual), muy bello aunque lleno de turistas onda jubiladxs, y aunque luego el papá de Laurent nos contó que “fue el único pueblo no afectado por los alemanes durante la guerra, porque colaboró”.




Riquewihr

Más tarde partimos a Strasbourg, en donde nos esperaba nuestra primera experiencia juntxs por couchsurfing, una parejita muy buena onda que nos alojó dos noches y con quienes intercambiamos mucho porque el año que viene salen de viaje por tiempo indefinido hacia América (del sur, del centro, del norte: ¡todo!). Así que hablamos mucho de Argentina y sus lugares, nos dio nosalgia y cosita, pero disfrutamos un montón. Probamos la tarte flambée (especie de pizza o tarta con masa finita, crema, cebolla, y “lardons” -algo tipo panceta que claramente no vino en mi porción-), ¡finalmente una comida que se comparte y se come con las manos! Y al otro día Gwen y Alex nos prestaron las bicis para recorrer. Nos dimos cuenta de algo que hace muy linda a la ciudad, y es que no tiene mucho lugar para los autos: de hecho, en gran parte de las callecitas del centro directamente no pueden pasar, y hay bicis por todos lados, y ciclovías también. Además es todo muy lindo, claro que lleno de casitas de colores también e iglesias pero también cosas de ciudad grande como museos y demás. Recorrimos muy tranquis lo que pudimos, comimos nuestro sanguchito en la plaza, subimos a lo alto de la inmensa catedral, a la noche vimos un espectáculo de luces. 



la primera noche en Strasbourg


la catedral, inabarcable en una foto


desde arriba de la catedral


callecitas


les ponts couverts (que no están cubiertos)


Al otro día teníamos planeado ir y quedarnos en Colmar, pero como no conseguimos couch decidimos jugarnos a recorrerla durante el día y pedirle a Lolo y sus papis que nos alojen a la noche otra vez. Así que Alex nos llevó a la estación de Strasbourg (rarísima, es un viejo y lindo edificio, pero por fuera le hicieron como un globo gigante de vidrio que la cubre, todo moderno) y partimos. El problema fue cuando nos dimos cuenta de que teníamos dos grandes mochilas que no nos iban a permitir caminar (¿por qué se nos ocurrió hacer el bolso si sabíamos que en cinco días volvíamos a París antes de volver a salir? Nunca nadie lo entenderá). Nos resignamos a que íbamos a intentar conseguir una solución y preguntar en la estación. Pero oh sorpresa, al llegar fuimos a la oficina de informes, en donde a falta de personal había un solo bello cartel que decía: “bagage lockers 20m left”. Nunca un cartel nos dio tanta alegría, pagamos nuestros dos euros de locker con gusto y nos fuimos livianos a caminar por el pueblo, que resultó estar súper preparado para recorrerlo en el día, sacarse las fotitos correspondientes y seguir. También estaba todo el cotolengo recorriendo a pie o en trencito, pero no nos molestó. Salió todo redondito, salvo una confusión de horarios que para la vuelta nos dejó esperando un rato en la estación.




A la noche cenamos en la Casa del Futuro, estaban también los tíos de Lolo y su prima con su novio, que se ganó, según Ger, el título del “típico estereotipo francés” (más que nada en actitud arrogante y revoleo de ojitos y expresión facial). Nos dimos una gran panzada de acento alsacien, que es como un francés hablado por cordobeses, y de historias sobre Alsacia y sus pequeños pueblos (según Jean-Luc hay uno en el que la gente aún no sabe que la guerra terminó). Fue una linda despedida de la región.

Y todo fue hermoso hasta que volvimos al camping, a la noche, luego de varias horas en auto, saludamos a lxs amigxs, pusimos ropa a lavar, y cueando Ger fue a la lavandería a buscarla se dio cuenta de que nos habían robado una parte. Porque claro, de algún modo alguien sabía que nos estábamos yendo y no quería dejarnos partir sin tener otra aventura. Como hay mucha historia interna del camping que tiene que ver con robos frecuentes y cosas raras, sólo voy a contar que luego de un periplo que incluyó llamar al guardián (quien había sido robado de la máquina de al lado, justo en el momento en que Ger entraba, por lo cual vio al pequeño ladronzuelo), diálogos en árabe y alguna que otra confusión y tensión e impresión de estar en una película de espionaje, recuperamos nuestras cosas, algo enojados, y todo terminó más o menos bien, aunque no sé qué pasará más tarde con la gente que “se las llevó por error”. En todo caso, una peripecia más con Anna y Laurent, amigxs a quienes realmente vamos a extrañar.

Y ahora aquí estamos, en un bus que nos dejará en Rennes, para luego tomar un bus que nos llevará a Pontivy (región de Bretgne), para tener nuestra primera experiencia como voluntarios de workaway. Escribir en movimiento hace que todo parezca más real, aunque las palabras ya pertenezcan al dominio de la memoria, que bien se confunde con los sueños y que distorsiona las dimensiones del tiempo, por lo cual siento que aún lo que pasó ayer parece haber sido hace dos semanas atrás...