sábado, 30 de julio de 2016

Lo que es nuestro

Entre las muchas cosas que me están pasando por la cabeza en estos últimos días, a más de cuatro meses de haber salido de Argentina y con sólo un mes más de trabajo por delante antes de salir a vagabundear, hay una o dos que me gustaría pescar e intentar compartir con el resto del mundo. No estoy segura de que mis ideas estén lo suficientemente maduras como para conocer la luz de las palabras, pero quién nos dice, quizás.

Hace poquito iba caminando por las calles del camping en uno de los mil tours que hago por día, y se me apareció un pensamiento que empezaba así, con un recuerdo: mi hermano y yo hace varios años esperando a mamá en Ezeiza, en el aeropuerto. Creo que los dos habíamos empezado a estudiar idiomas, o en todo caso estábamos a punto de empezar a hacerlo. Mirábamos a los turistas como si fuesen criaturas extraordinarias e intentábamos cazar todo diálogo entre ellos. El lugar era como un parque de diversiones: saltábamos de alegría si creíamos escuchar a un francés o a un sueco.
Después se me fueron sumando recuerdos, y se apareció la imagen del MALBA, en Buenos Aires, en donde tantas veces disfruté más de ver y escuchar a los turistas que de ver las obras de arte expuestas. Y de pronto pensé en las primeras personas francesas con las que me crucé en La Plata: todas ellas tenían un aura especial, un velo mágico que merecía respeto, que me daba vergüenza. La gente extranjera (¿o serían más bien los europeos, quizás?) me generaba tanta curiosidad como pudor, excitaba todos mis sentidos y en ella sólo podía percibir diferencias.

¿Es necesario aclarar que pensé en todo esto dos segundos después de preguntarles a qué hora pensaban irse del camping a unos holandeses, unos daneses y unos suecos? O unos alemanes y unos ingleses, da igual, a esta altura. Todos los días cruzo gente nueva y todos los días inicio el diálogo con personas de este lado del planeta: ya no hay magia, ya no hay velo. Y aunque eso suene triste, lo encuentro, al contrario, clarísimo y hermoso. Porque es bajar prejuicios y fronteras, hablar de frente con el otro. El/la, lx otrx. El velo que se cae es, en todo caso, el de la ridiculez de esos años en que me emocionaba con sólo saber que una persona al lado mío venía de Bélgica o Francia. ¿Por qué debería inspirarme menos respeto un compatriota que un extranjero? ¿Qué debería tener esa persona que viene desde lejos, que yo o un hermano no tenemos?.
Se me aparece otro recuerdo, de unos meses antes de salir de viaje: una discusión entre amigxs sobre los argentinos y su reputación de “ventajeros”. No quiero sostener con este escrito uno de esos discursos nacionalistas y soberbios, sólo quiero decir un poco lo que siento: que no somos distintos a cualquier otrx hermosx ventajerx, que gente que se va sin pagar hay de todas las nacionalidades, así como gente desagradable y molesta, así como gente simpática y honesta. En este pequeño mundito de vacaciones burguesas en el que me toca vivir por unos meses, puedo asegurar que he visto ridiculeces de todas las nacionalidades. Con los colegas nos reímos de los estereotipos y muchas veces abusamos diciendo “los alemanes tal cosa, los franceses tal otra, y los italianos...”. Sólo porque es divertido, y no está mal si es para reírnos un poco, sobre todo para no tomarnos tan en serio el trabajo. Pero al menos por dentro, creo saber cómo las generalizaciones y los prejuicios forman parte de la misma mentira que nos quiere hacer creer el tipo que nos vende lo que está bien y lo que está mal: como decía la otra vez, lo único que hace ese tipito es querer jodernos la existencia. No hay estereotipo que valga al cien por ciento, y todo diálogo tiene posibilidad de ser exitoso si las dos partes simplemente están dispuestas. Me siento feliz de encarar a cualquier persona, al menos con las pocas herramientas que tengo: dos o tres idiomas, mi cara y mi cuerpo. No hace falta mucho más para entender que soy humana y que usted también, y que por lo tanto tenemos el derecho y la posibilidad de entendernos.
Quizás suene un poco utópico si se lo piensa a gran escala, quizás llegue a dar escalofríos si pensamos en las cosas que podríamos estar evitando como humanidad si tuviésemos presente esta idea tan clara, al menos para mí tan importante. Yo la vivo y la siento, me nutre y me hace feliz cuando lo pienso. Celebro la oportunidad de encontrarme con nuevxs otrxs todo el tiempo. Y ojo, que no se malentienda esta idea del velo que se cae: sorpresas nos damos siempre, con cada nuevo encuentro. No es evidente, no es facil, muchas veces el intercambio cuesta justamente porque hay mucho de novedoso y asimilarlo requiere un esfuerzo. Como siempre, es una elección: puede que sea más fácil quedarnos en el camino y cerrar las fronteras para no perdernos en el gran universo ajeno, como pasa tan seguido de este lado del mundo. Se quieren estar perdiendo, claro, de la gran riqueza de lo diverso, de ese rincón de justicia en nuestra esencia que nos hace ver lo otro del mismo modo en que vemos lo que es nuestro.



un video que vi hace unos años y me sirvió mucho. Si tienen 8 minutos...

jueves, 21 de julio de 2016

Estadía intersticial

No sé si es que me gusta (y siempre me gustó) hacer las cosas un poco por la mitad, o que quizás me atrae ese espacio de lo no concluido, sin envase ni etiqueta, lo no definido, o de manera más elegante, lo intersticial.
En todo caso, fue venirme a vivir unos meses a París pero estando en la burbuja del camping, justo en el bordecito, al sudeste, en un mobilhome y no en un departamentito, sin la ventanita que deja ver entre sus celosías a la torre Eiffel (aunque si se presta atención, desde acá también se la puede ver, chiquita, a cielo abierto, fuera de cualquier marco de encierro). Fue venir a París y terminar hablando (¿quizás?) un poco peor francés, y un poco mejor inglés, mejor dicho más inglés que francés, y dejemos las evaluaciones para otro momento.
Fue venir a París y descubrir que el pan lactal es mucho más barato que en Argentina, a veces más barato que la baguette, que encima sólo se puede comer fresca porque al día se endurece. O sea que fue venir a París y reemplazar la baguette por el pan lactal... Y así.

Fue venir a París y estar aprendiendo más de mí que de la Historia. O quizás, fue venir a París y nutrirme del mundo y de la Historia para abrir algo más de mí. Pero en todo caso, me cansé del Louvre, me faltan mil museos, nunca subí a la torre Eiffel.

¿Habré tomado hábitos nuevos y no me estoy dando cuenta? El queso brie, por ejemplo, y todos los quesos. O la manera de saludar a la gente, distante (y trago saliva, porque es lo que menos quise tomar). O cómo funcionan los negocios y los supermercados, y cómo una se tiene que comportar en ellos. ¿Qué hay de bueno, qué hay de malo? Todavía no lo sé (es que, ¿hay cosas buenas y cosas malas, o es todo un invento de alguien que nos quiso joder la existencia con eso de la moral?), pero seguramente mucho hay de novedad, aunque sea escondida... Intersticial.
A veces todo a mi alrededor parece conocido, a veces vuelvo a abrir los ojos, y en el mismo lugar por donde paso todos los días, descubro una inmensidad. Incluso en el mismo camping que recorro cinco o seis veces por día, o más. “Estamos en París, Ani. ¿No es re loco? Estamos en París... Vos, y yo”, me dice Ger cada tanto.
Mientras esa frase exista, no dejamos de sorprendernos. Ya pasaron 4 meses de viaje, quizás hasta hayan sido los cuatro meses más tranquilos, o los más estables (aunque me cueste creer lo que estoy diciendo), y mi cuerpo ya se está desquitando conmigo, dándome anginas y demás historias.
No puedo imaginarme lo que será cuando estemos en Croacia o en Italia o en Islandia o en vaya una a saber dónde. ¿Dije mucho? No vayamos a adelantarnos, ya bastante con los viajes en el tiempo, y basta de ansiedad. Todavía queda un mes y pico de estar en París sin estar estando, y cuánto te apuesto que a la salida vamos a mirar para atrás y extrañar...


cuando París no parece París, porque en realidad es otra cosa





voilà.

jueves, 14 de julio de 2016

Fábula del animal que no tiene nombre

Estamos acá, nos fuimos de casa, nos fuimos de viaje, decidimos desgajarnos y salir rodando para descubrir de qué manera casa puede ser el mundo.

Estamos acá, y aunque parezca obvio, es difícil darnos cuenta de que no estamos allá.
Sobre todo cuando las cosas se ponen duras y llueve y no tenemos ganas de ir a un trabajo que sólo estamos haciendo por un mes más, sólo para poder despegar de nuevo.
Y sobre todo que si queríamos y creíamos tener un cable a tierra allá de donde venimos, la ilusión se cae a pedazos de golpe en el instante en que nos dicen que todo se mueve. No nos dicen: se ve, se escuchan sus voces por teléfono. Mi familia, mis amigxs, les pasan cosas, les pasan mil cosas, se transforman allá donde no lxs puedo ver y el tiempo pasa y se nos dificulta la existencia si queremos estar al tanto de todo. Si queremos estar en todo.
Se me fractura todo el imaginario. Se me reacomodan los sesos y reconfiguran las dimensiones. ¿Tan lejos?

¿Cómo se hace cuando de pronto estamos todxs pegando el estirón, pero igual no llegamos a darnos las manos?
¿No se puede un abracito, uno y ya, mamá, papá, que después me vuelvo y sigo todo lo que estaba haciendo?

Nos fuimos tan lejos que perdimos de vista el horizonte.
Qué bobos: acá en el país de los camping-car, se nos vienen apagando los motores.

En marcha, en marcha. No se sabe a dónde vamos: ¿más lejos, quizás? Que cale profundo el aire y el desafío. Toc toc, bienvenidos. Hace tiempo vienen llegando los miedos cada vez menos elegantes y menos vestidos.
Parece que las visitas nunca se acaban, como los viajes y los destinos.





domingo, 10 de julio de 2016

Explota el verano (en sentido figurado, bien sûr)

Como siempre, los partidos de fútbol “importantes” me regalan un espacio precioso de silencio y de intimidad. Ahora todos están mirando la final de la eurocopa con Francia-Portugal, y yo al fin tengo un rato sola para escribir y sobre todo para descansar.

El verano trae siempre cosas nuevas y sobre todo mucha actividad junta y mucha desnudez de cuerpo y alma, estamos todxs para afuera entregados al calor, eso era así allá y acá parece que también, porque es lo que vengo sintiendo y nos viene pasando. Mis pantalones son cada vez más cortitos, y mis jornadas más largas. La sorpresiva llegada del sol con toda su potencia me trajo también un trabajo más específico en el camping, ahora paso más tiempo afuera yendo y viniendo, controlando, moviendo, gestionando, pero también hablando con la gente y viendo en vivo y en directo lo que le pasa, las inquietudes que tienen y sobre todo la cantidad de bêtises que hacen, cosa que estando en la recepción era imposible, ya que ahí casi todo era discurso e imaginación. Así que me cruzo con la gente, y afortunadamente puedo darme el tiempo de contarnos nuestras vidas, aunque sea en dos minutos si la cosa empieza por el buen camino y no por las quejas o el amable requerimiento de dejar libre la parcela antes de tener que pagar otra noche. Camino un montón, y además ando en bici.

El jueves cambié mi día libre con Laurent y me fui a Rouen con Chloé, porque ahí está su casa y ella volvía sólo por unos días antes de volver a despegar para Estados Unidos y Canadá, así que aprovechamos y me mostró un poco la ciudad que es súper bonita. En el camino pasamos por Giverny a ver la casa de Monet y sus jardines, lugar hermosísimo en donde había tantas flores hermosas como jubilados del mundo que venían de paseo. Nos sentimos niñas, picniqueamos, después en Rouen fuimos al departamento de la hermana de Chloé, todo nuevito y decorado cual revista de decoración página color blanco y gris, y después salimos a pasear, comimos macarons glacés que al parecer sólo se consiguen ahí, vimos la(s) catedral(es) (hay como 5 en 10 cuadras) y la rue du Gros Horloge (o como le dicen allá, la rue du gros), y coronamos el día con un recital gratuito de Selah Sue, todo diez puntos niquel niquel. Me volví a las seis de la mañana en un bus porque a las diez entraba a trabajar, y seguí acumulando feliz cansancio.


los jardines de Monet (la única foto sin jubilados en el medio)


el concierto en Rouen


Rouen


la rue du Gros Horloge


Y ayer, ayer se me salió el corazón por la boca en el recital de The Cinematic Orchestra que estaba esperando hace dos meses. Tocaron en la Philarmonie de París, en el Parc de la Villete, lugares que no conocía y me sorprendieron de lo lindos que son. Ahí estaba yo solita con mi alma en medio de toda la gente (con incógnitos argentinos al lado, como debe ser), escuchando en vivo muchas de las músicas que me acompañaron con mi mp3 en caminatas por La Plata, yendo a la escuela o a la facultad, o a dar clases, desde hace años. Ahí estaba yo con el corazón abierto y un poco quemado por el sol, recibiendo.


la Villette




Cinematic en la Philarmonie de Paris


Después terminé hablando en el metro, primero con un colombiano y después con unos scottish borrachos que por supuesto no dijeron nada mejor que “Messi” cuando se enteraron de mi nacionalidad. Los perdoné porque es lo que la mayoría hace y porque últimamente me gusta mucho hablar e intercambiar. Muchas veces entiendo la mitad de lo que me dicen, pero igual me quedo contenta, y con la sensación de que cada charla me da un poquito de algo que guardar, como un pedacito del otro o de mí misma que se abre con una sonrisa. Y para eso estoy acá.

Para eso estoy acá. ¿Yo dije esa frase? Guau.
El verano es toda una revelación.

Será que hay que vivirlo, ver qué más nos regala París con su mundito pequeño en esta temporada, y ver qué y cómo lo puedo contar.

(¿Habrá perdido la france? Hay un silencio total)

sábado, 2 de julio de 2016

Dicen que es verano

Fueron días de fiesta, entre todos nuestros cumpleaños, la visita de la prima de Ger, la partida de Chloé que deja el camping y se va a Canadá, el verano que se asoma friolento, tímido pero irremediablemente verano con toda su novedad. Fueron días que vale la pena recordar, pero no sé si contar por lo desorganizados que están en mi memoria, ya se sabe que en este lugar la rutina no existe, nuestros horarios y tareas de trabajo cambian todos los días y no hay un orden que venga a darnos una mano en este despiole mental.

Incluso ayer, que habíamos planeado visitar las catacumbas, terminamos en cualquier otro lugar. Claro que fue un poco culpa de nuestra ingenuidad, a veces olvidamos que esto es París y que para la mayoría de las cosas que hacen los turistas hay que hacer colas larguísimas, de más de dos horas de espera, quizás. Cuando nos encontramos con ese paisaje decidimos cambiar el rumbo y yo de pronto recordé que ahí cerquita estaba Montparnasse, y ahí nomás el cementerio en donde está Cortázar, o bueno, estuvo, quizás. Se figuró en mi imaginario una tumba más larga que la cola que teníamos enfrente, porque ya se sabe que Cortázar era medio gigante (aunque Ger insista en que sólo era unos centímetros más alto que él), y encaramos para el cementerio, porque de todos modos algo con los muertos en ese día teníamos que ver.

Y como en esta historia todo se trata de viajes en el tiempo y de cuentos raros con la identidad, después de encontrarnos con la tumba de Ricardo que tenía un gato gigante de epitafio, encontramos finalmente a Cortázar con Carol y con Aurora (¿por qué con Aurora?), ahí en su blanca tumba con algo encima que se parecía bastante a un dibujo de Julio Silva, y un montón de mensajitos que la gente le fue dejando, además de cigarrillos, tickets de metro y otras cosas, y alguien que le estaba agradecida por haberla traído a París, y yo sentí de nuevo ese temblor que me llega de la tierra al corazón y me llena de preguntas y a la vez de recuerdos y percepciones nostálgicas de mis catorce años, leyendo Rayuela, soñando con esta ciudad y con ese hombre cuya lápida reposaba tristemente a nuestros pies. Todo de golpe, con lagrimitas.


la tumba de Ricardo


A los diez minutos yo ya estaba de nuevo saltando, sacamos la lista de cosas por hacer en París, agarramos una bici y fuimos hasta Invalides a un museo de maquetas de fuertes y ciudades medievales hechas hace un montón, que de paso estaba en el museo de la Armada en donde hay cosas locas, y ese lugar enorme en donde está la enorme tumba de Napoleón. Sí, un día de gente muerta, y de cosas gigantes y chiquitas. Ridículo e interesante a la vez, comme d'habitude.


la tumba gigante de Napoleón


las ciudades chiquititas


Después nos acordamos de que oh la lá les soldes, es decir las grandes liquidaciones, todo está barato, y como yo aún no había ido a La Défense nos tomamos el metro y nos bajamos en ese lugar extrañísimo que nadie diría que es París. Más bien parece una ciudad del futuro, pero un futuro muy triste en el que todo es horriblemente moderno y gris, y un poco fantasma. Y el shopping es también una cosa enorme y llena de gente en la que poco pudimos comprar, porque la multitud hace todo más difícil y además acá todo cierra temprano.


un panda en La Défense


Son días locos y divertidos. A la vuelta, había llegado el balde de 3 kilos de nutella que le había pedido a Germán para su cumple, alegría alegría. De pronto nos quedan justo dos meses de trabajo en el camping, ya vamos planeando muchos viajes, y sólo queda disfrutar.