miércoles, 25 de mayo de 2016

Desventura

Bueno, no todos los fines de semana tienen que ser perfectos.
En realidad, nada tiene que ser perfecto. No hace falta.

Este martes pintó ir a otro pueblito sin mucha expectativa, cerca de un gran, gran parque nacional acá en la región. Confiando en que siempre tuvimos buena suerte con el transporte y la poca organización, salimos tranqui después del merecido remoloneo matutino que sólo una vez a la semana nos podemos permitir.
Pero confiamos mal.
Teníamos que llegar en tren a un primer pueblo, Mantes la Jolie, y después tomar un bus para ir al destino principal del cual, sinceramente, ya no me acuerdo el nombre, y tampoco va a importar. Ya el tren no era tan lindo como el que nos llevó la semana pasada a Provins, y en las últimas estaciones empezó a llenarse de gente que, con todo respeto, si quisiera ser más considerada hacia el prójimo, podría ser un poco más consciente de sus olores corporales y del volumen de sus conversaciones y/o cantos y/o gritos, sobre todo tratándose de adolescentes cuyas hormonas están a punto de explotar. En fin, a pesar de todo llegamos sanos y salvos, o casi, porque desde la mañana me perseguía un dolor de cabeza premonitorio, y empezamos a buscar información sobre cómo llegar al siguiente destino. Y oh sorpresa, la ridiculez de este sistema que nos viene haciendo reír bastante nos jugó una nueva mala pasada: no sólo faltaba una hora para el siguiente bus, sino que el último bus de vuelta desde ese pueblo salía antes de que llegara el de ida (¿?), así que jamás íbamos a poder volver, menos mal que miramos.
So, simplemente nos dejamos llevar, on a traîné un poquito por ahí, si se quiere. Almorzando en la boulangerie frente a la estación, Ger me habló sobre cómo nos creamos falsas imágenes de la vida de la gente a través de sus publicaciones en internet. Yo no había sacado obviamente ninguna foto, porque es cierto que solemos sacar fotos y mostrar siempre la parte linda del paisaje, no creemos que valga la pena compartir lo demás. Y así parece que es todo hermoso, y que no dejamos de pasarla bien o de viajar y recorrer lugares lindos.
Pero la posta es que no es así, para nada. Vemos y vivimos cosas feas todo el tiempo. Posiblemente todos lo sepamos, pero nos dejamos engañar. Personalmente, caigo mucho en la angustia de creer que la vida de lxs otrxs (estoy probando a ver cómo me siento con las x hoy, porque es cierto que las o...) es siempre mejor que la mía, y que tengo mucho que hacer para llegar a alcanzar ese nivel. Patrañas, ¿no es cierto? (quiero usar un poco de eñe, también).
Una puede estar comiéndose un panini tomate-mozza medio pelo en cualquier boulangerie de barrio frente a la estación de un pueblito que no tiene la mejor reputación, con sus dudas y sus malestares, con el cansancio de toda una semana laboral, el pelo pegajoso por la humedad, la decepción del no-viaje y a la vez la alegría de estar ahí con esa paz intranquila, con ese no sé qué hago acá pero está bien, y el gran bonheur de estar acompañada y riéndose de cualquier cosa, y todo eso está bien, de hecho está muy bien, y es real, y vale la pena compartirlo. ¿No todo lo que brilla es oro? En realidad, no todo brilla, directamente. Pero no hace falta mucho brillito para ser feliz.
Depende de cómo te lo tomes.


Nosotros elegimos sacar la foto igual, así que acá están nuestras obras de arte.  


El tipo feliz


Yo, siendo acosada por un kinder


Esta cosa que encontramos 

jueves, 19 de mayo de 2016

Billy Pilgrim has come unstuck in time.

Lo bueno de tener el fin de semana los martes es que se puede ir a lugares bastante turísticos (los que están abiertos, bueno) sin que estén llenos de gente y de caos y ruido.

Siguiendo con la onda medieval week-ends, el último finde nos fuimos y vinimos en el día al bello Provins, pueblito más conocido por ser patrimonio de la humanidad (guachiguau), que nos recibió con un hermoso día de sol y de paz.





Murallas del siglo XIII, cosa caballeresca, un señor que nos hizo probar mil tipos de vinos (¿o jugos, quizás?) hechos a lo Moyen Age, la tour César de hace mil años, todo divino en la cité médiévale, pero yo quiero decir que el restaurancito de 4 mesas vacío en el que nos comimos una pizza al mediodía, que por cierto estaba muy buena y completa como debe ser (como dios manda, dirá usté), bien podría haber sido una pizzería de algún pueblucho pampeano, allá por los suburbios del mundo, en América del Sur. Hoy, y hace veinte años también.
El tiempo y el espacio son cosas raras en esos lugares tan viejos, que siguen estando acá. “Es que sí, si dejás una cosa... Queda”, fue mi profunda reflexión ante las paredes de una ciudad que están ahí hace, ponele, ochocientos años.

                                                    cosas bizarras, hay en todos los pueblos

Así que podemos decir que los trenes nos están llevando de acá para allá en el tiempo, lo cual es completamente entendible si agregamos el dato de que sigo leyendo Slaughter-house five, libro que empiezo a recomendar ampliamente a la humanidad. Quizás podría ser patrimonio de la unesco también, junto con Provins. Quiero decir que Provins estaba rodeada de muros enormes, así como de alguna manera hoy también hay ciudades y países e incluso personas, empezando muchas veces por mí misma, que amamos rodearnos de murallas para que le sea imposible a otro ser humano pasar, y es por eso que había guerras así como ahora hay guerras así como en Slaughter-house five que narra desde nada más ni nada menos que la Segunda Guerra Mundial, la misma que vivió mi abuelo y la misma en la que murieron millones de seres, muchos de los cuales fueron bombardeados así como hoy se sigue bombardeando desde países nada más y nada menos como en el que estoy viviendo en este momento.
Con reflexiones así no hay gramática que venga a cuento.

Por eso me gusta, también, mi trabajo. Me gusta saber que comparto tiempo y espacio, y sobre todo palabras que son puentes, o mejor dicho armas contra murallas milenarias, con personas de lugares distintos, en idiomas distintos, pero siempre buscando la comunicación. Al menos eso intento cada vez: entender al otro, querer que el otro me entienda, a pesar, a través y gracias a las diferencias. Suele costarnos, a los seres humanos; quizás sea una tarea eterna. Yo creo que vale la pena el esfuerzo. Al fin y al cabo eso es lo que me interesa. Cuando decidí estudiar francés en la facu, es decir que elegí estudiar en el departamento de Lenguas Modernas, me sentí mucho más lejos de poder “salvar el mundo” que un estudiante de medicina, o de ecología, o de trabajo social. Pero poco a poco me voy dando cuenta que tan lejos no puedo estar. Aunque sea tendiendo puentes, derribando murallas de silencio, defendiendo siempre el derecho a la palabra y a la comprensión, queriendo entender, buscando explicar, compartiendo.



domingo, 15 de mayo de 2016

Colocs

Llegué al camping y estaba sola, sola sola en mi mobilhome, que me dieron con la promesa de que sólo tendría compañera de casa hacia el verano, o quizás en el mes de mayo.
Me elegí la pieza chiquita, un poco porque había una sola cama y en la grande dos, pensando en la posibilidad de no querer compartir tanto con alguien desconocida la intimidad de mi sueño, y también porque era chiquita y de alguna inexplicable manera más acogedora, más nidito, más útero frío en donde lloraba todas las primeras noches.


A los tres días me avisaron que mi “coloc” había llegado. ¿Sorpresa? Todavía no sabía que las cosas eran así en este lugar.
Llegó Daniela, de Bulgaria, con su poco francés, su queso búlgaro, su cous-cous y su sonrisa. Empezó a trabajar en el camping como femme de ménage (limpieza), y conocí muy poco de ella. A los dos días mi cama en la piecita hizo púm y se rompió el piso, de madera completamente húmeda gracias a la ducha de la salle de bain de à côté que perdía agua a lo loco y había estado pudriendo el suelo durante vaya una a saber cuánto. So it goes.
Cuando le conté a Raya me hizo un lugar en su mobilhome, a dos pasos del mío, como todos los demás, tan cerca y a la vez tan mundo nuevo. La primera vez que entré había olor a incienso, y entraba sol por las ventanas. Me di cuenta de que mi primera casita no tenía de ninguna manera esa misma luz, me puse contenta y tuve la esperanza de poder quedarme ahí, porque no tenía idea si la mudanza era algo definitivo, si es que esa palabra tiene aún algún significado en este viaje. En este momento, mientras escribo, estoy viendo desde acá adentro ese mismo sol.
Raya estaba acá desde hacía más de un año, eso creo, y de eso era testigo un mobilhome repleto de objetos de todo tipo, de ella y de todas las personas que habían pasado por ahí: comida, vajilla, ropa, valijas, cosméticos, cosas, cositas y más cosas. Fueron lindos los pocos días que pasamos ahí: ella también trabajaba en la recepción, aunque en otro puesto, también era búlgara, también estudiante y sobre todo dulce, divertida, amable.
Y pasó que a los días ella se iba a trabajar a otro camping, así que en verdad también estaba de mudanza. Qué raro, nuevamente el contacto era con lo pasajero.
Entonces tuve una noche sola, y al otro día apareció la tercera.
Céline estaba acá hacía unos meses, reemplazando a una de las responsables del camping, así que digamos que era mi superior, aunque no me llevaba tantos años de diferencia. Al principio fue rara la sensación de empezar a vivir con ella, pronto se pasó. Todavía no entiendo bien esa extrañeza que me quedó de su presencia, pero sé que después de esos días que vivimos juntas (¿cuánto habrá sido?¿una, dos semanas?¿quizás más?) me dio un poco de nostalgia su partida, más que nada me gustó conocerla, hablar con ella de cosas de la vida, cosas que no eran el trabajo, escuchar su risa y disfrutar de cómo se tentaba y no podía parar. Escribo y me dan ganas de reír, de hecho me río, y el sol que se había escondido entra por la ventana otra vez.
Mientras tanto Ger había entrado a trabajar al camping, y coordinamos tan bien que justo cuando Céline se fue, él se estaba quedando sin alojamiento, así que ahí lo tenía al señorito, mudándose la noche siguiente al mobilhome de la vida, con la promesa, también, de que sólo tendríamos quizás nueva coloc en el verano.
Y ahí, bueno, la gloria. Nidito de amor y de nutella, lleno de comida y de nosotros. A pesar de nuestros conflictos internos y desafíos de pareja, estuvimos como quisimos durante algunos días (nuevamente, ¿cuánto habrá sido?).
Pero por algo dije alguna vez que ninguna historia es interesante si no hay un conflicto de por medio.
¿Eso dije? ¿Para qué?
Hace unos días, pasamos de ser dos reyes en su mobilhome perfecto, a ser tres apretujados en un coso torpe y lleno de cosas. Para seguir con la lista interminable, llegó Claire a hacernos compañía, e instalarse en la pieza chiquita con sus cuatro mil kilos de equipaje. Nos avisaron, como mucho, dos o tres horas antes. So it goes.
De ella puede que cuente más adelante, quizás sea más fácil narrar en pasado.




Vamos y venimos, vamos y venimos.
Nosotros, de paso, ya vamos pensando en septiembre y viendo pasajes. Nos tocará en ese momento darle el turno al siguiente, y ser parte también de la lista interminable de colocs pasajeros en la vida de alguien más.



lunes, 9 de mayo de 2016

Petite mort

Acá la gente no se abraza.
¿Se abraza menos, quizás? Muy poco.
Tampoco es obligación el beso en el cachete, aunque cuando se dan vengan de a dos.
Pero la gente acá no se abraza... No.
Llegan y se van a muchos centímetros de distancia. La palabra, y a veces el silencio basta como despedida. Es raro.
El otro día hablé dos minutos con una argentina que no conocía, y cuando me fui me saludó con un abrazo. No supe qué hacer.
Tanto así cala el frío en estos lados, aunque sea primavera.
¿Será que me faltan mis amigues, será que quiero abrazar a mi familia, a mi hermano y a todos, en este momentito, en este acá tan lejos?
No se abraza, acá, la gente.
Son costumbres. Hábitos.

Pero una debe poder elegir a qué quiere acostumbrarse.
Y yo pienso seguir extrañando y respondiendo con torpeza. Sí, pero en la ternura de lo cercano. En la confianza de la proximidad y del prójimo, jamás en la ignorancia de lo ajeno.
Al menos así, en mi imaginario, me conformo y me contengo.

Abrazo dulcemente mi fueguito interno, y enciendo una chispa entre los ojos, con la esperanza de alumbrar una sonrisa en otra cara, en otro rostro, en otro fuego.

domingo, 8 de mayo de 2016

Tirage au sort primaveral

Unos párrafos al azar:

París está de primavera, hace días que hay sol y calorcito, de pronto cambia todo el panorama. Salí a pasear un poquito caminando y otro poquitio a bici, se siente tan distinto, a la tarde se llenan los bordes del Sena con mantelitos cuadrillé y copas de vino, gente haciendo picnic, todo muy oh la lá, todo muy lindo.






Par contre, fue un fin de semana agotador, desde el jueves y viernes que era feriado, y el camping se llenó de gente, estaba hasta las pelotas, si se me permite la expresión. Estuve completamente saturada y como tonta después de tanto quilombo mental, un cliente atrás de otro, más todo lo que hay que organizar para que vengan a quejarse lo menos posible. Todo condimentado con el desafío de que aparentemente abrió un nuevo “club” en el medio del bosque en donde estamos, y hace varias noches que se escucha el típico bum bum de la base de un dj que no tiene idea de que hay cientos de turistas que “pagaron por un lugar tranquilo” para su descanso, y que vienen a gritarme en la cara a las 7 a.m. (justo cuando estoy sola en la recepción) que les devuelva su dinero. Es feo ver a la misma gente que antes fue amable conmigo, entrar con cara de perro a decir “I want my money back” y descargar su furia en mi cara. Yo todavía soy frágil frente a las quejas, y sólo puedo decir que yo también duermo acá, y que tampoco pude dormir, y que además yo estoy trabajando y cumpliendo horarios, lo cual es completamente cierto. Y peor aún para Ger, que estuvo corriendo literalmente todos estos días en su trabajo.

È un mondo difficile.

Y así es la primavera, potenciando todo, haciéndolo explotar. Mientras tanto, y a pesar de todo, yo le tomo cada vez más gustito a una sola parte de mi trabajo: el intercambio, la interacción con gente de todos lados. Desde mis colegas, hasta personas que sólo veo por un ratito cuando llegan y se van, pero que muchas veces me dejan algo (no material, obvio, salvo el tipo que me gritó en la cara ayer y después le dio culpa saber que yo sólo era una empleada, que nada podía hacer con respecto al boliche, y me dejó dos euros para que me tome un café. Y sólo los dejé en el tarro de las propinas, porque tampoco supe qué hacer), aunque sea sólo el placer de haber tenido una mínima conversación. Tomo pasaportes de muchos lados todo el tiempo, me intriga la vida de las personas que tengo en frente, despierta mi imaginación y mis ganas de conocer el mundo. Cada vez me animo más y me suelto a hablar con los clientes, porque creo que es una oportunidad única, y hasta ya me encariñé con algunos que estaban hace rato y que pronto se van o se fueron, incluso con algunos que sólo tuve al teléfono. Pero eso forma parte, y me gusta también: vienen y se van, siempre es pasajero, cambiante, y hay que aprovechar la oportunidad. Se parece mucho a la idea del viaje que vengo teniendo, en la que el movimiento y el cambio es una constante.

Todo esto tiene también un aire a que hay algo que recién está por empezar.

Creo que mañana llueve de nuevo, y también tenemos nuevo fin de semana, así que pronto habrá nuevas noticias, como siempre, espero, para renovar estas crónicas que un poco son un cable a tierra, una manera de centrarme, un hogar.

martes, 3 de mayo de 2016

Descanso medieval

Desde el calor del hogar dulce hogar alias our little mobil-home again, me vuelvo a encontrar con el terror de la hoja en blanco y el cómo-ordeno-todoloquequiero-decir.

Voy a permitirme contar la aventura de nuestro fin de semana, recordando al querido lector que para nosotros esas tres palabritas significan algo raro, que empezaría normalmente a mediados del lunes y estaría terminando en unas horas a partir de este momento (martes about 10 pm).

Todo muy lindo con París, pero también estábamos un poco cansados de la ciudad (y eso que ya vivimos en un camping). Nos lo dijimos el fin de semana pasado, y decidimos salir a algún lugar no muy lejano, pero que nos permita conocer algo distinto y relajar. So, ayer después del trabajo salimos a Gare de Lyon (haciendo antes una parada en el metro Argentine para comprar mi pase Navigo para el transporte, con la esperanza de que los 70 euros sean bien invertidos y viajemos muchísimo este mes), nos tomamos muy afortunadamente el tren correcto en esa estación en la que aún no entendemos cómo la gente se entera en dónde están los trenes que tiene que tomar, y partimos rumbo a un lindo pueblito a 40 minutos que habíamos visto en internet, Moret-sur-loing.

Habíamos alquilado habitación por airbnb en la casa de una familia muy simpática, y nos fueron a buscar a la gare, Émilie con sus dos hijitos, el petit Louis y el bebito Lucien, entre quienes viajé apretujada en el asiento de atrás. Ya en el trayecto (la gare era en Veneux-les-sablons, pueblo al lado de Moret, que a su vez estaba al lado de Écurelles, en donde estaba esta casa. Sí, uno al lado del otro todos seguiditos) fuimos viendo lo bonito que era todo por ahí.

La cosa es que una dice “vamos a un pueblito” y se imagina un Magdalena o Santa Teresita cualquiera. No es que quiera faltarle el respeto a Magdalena o a Santa Teresita, que considero igualmente dignos de admirar, pero acá te vas a un pueblito y de pronto tenés una iglesia construida hace 600 años, y la ves desde el otro lado de un arroyo con patitos, y un puente y un molino, y si seguís caminando te encontrás con casitas y construcciones del 1600 en donde la gente sigue viviendo y poniendo negocios y todo. Y las callecitas angostitas, enredadas. Todo medieval. Qué se yo. Es distinto.

Así que tuvimos una cena típica francesa ahí en la casa con la familia entera (papá, mamá, hijitos), con apéro, entrada, plato, queso, postre, y té y galletitas. Todo. Sí, queso antes del postre, típico. Y en realidad no debería decir té sino “tisane”, porque acá la diferencia parece ser enorme, y para todo el mundo claramente el té es muy fuerte y la tisane no (aunque se tomen dos, con galletitas de chocolate en el medio). Cosas raras de franceses, de esas hay mil. Pero en el medio entre el postre y la tisane salimos con Ger a aprovechar lo que quedaba de luz (acá está anocheciendo como a las 9, y cenan muy temprano) con unas bicis que nos prestaron, fuimos hasta el pueblo, vimos la iglesia vieja, el puente, los patitos. Y el silencio: 9 de la noche, todo cerrado, ni un alma en la calle. Murciélagos. El río. Silencio. Un poquito de miedo, pero maravilla.



Y hoy, después del desayuno, salimos también en las bicis a ver un poquito más del pueblo, y después tomarnos el tren para ir dos estaciones atrás, a Fontainebleu, con la intención de conocer el castillo desde afuera (porque obviamente también está cerrado sólo los martes) y sus jardines, y además conocer algo del bosque, que es una cosa inmensa al parecer.

Al bosque no llegamos, hay que decirlo, hubo una pequeña tragedia, sin profundizar mucho, el asiento de la bici que me tocó a mí me fue muy incómodamente lastimando “la entrepierna”, algo hice mal, etc etc. Pero esa es la parte no bonita, porque antes de decidir que no podía andar más, igual recorrimos bastante, vimos el castillo, un poco de los jardines enormes, muchos patos, unos cisnes con sus cisnecitos, y sobre todo mucho, mucho sol, que nos hacía falta. Y risas, y comida en el parque, y amor.

Y por más que no hayamos ido al bosque, y ahora me duelan un poquito algunas partes que no sé ni nombrar, fue un buen fin de semana. Siempre hay movimiento y cambios, siempre lo siento. Me lo confirmé en el tren de vuelta, cuando descubrí que mi hermano me había mandado un audio la noche anterior. Con el solcito del atardecer filtrándose por las ventanas, el ruido del tren de fondo, Ger enfrente mío leyendo, y mucha paz, lo escuché tocando la guitarra, tarareando, sonreí fuertísimo, de pronto me largué a llorar.

Quizás estoy empezando a extrañar más fuerte. Sólo quizás.
Pero fue un hermoso fin de semana, y seguro mañana también hay sol. Habrá que esperar para ver.