Perdón que siga
insistiendo.
Pero es que arriba y
abajo, frío y calor, izquierda o derecha, vacaciones y trabajo,
llueve y sale el sol todo el tiempo. Cada dos por tres. Sonrisas para
todos los clientes, pero llego a casa y necesito silencio (¿y
“seriedad”?).
París para mí
sigue siendo contrastes por donde se la mire, entre la belleza
imponente y la suciedad o la negligencia de las calles, la increíble
luz de los cielos y la oscuridad del subte, que alberga en sí mismo
el choque de turistas con trabajadores, curiosos con indiferentes,
mendigos y señoras perfumadas, camperas hiper abrigadas y gente que
salió a correr en pantaloncitos de verano. Arriba y abajo, arriba y
abajo, sí, pero de algún lado sale el movimiento y creo que
precisamente por ahí está el motor. ¿Será que todo nace del
choque o de la unión de los opuestos?
¿O estoy chamuyando
para justificar mis constantes cambios de ánimo?
Hace poco un amigo
me dijo, en una conversación, que el blog “es tan contradictorio
como lo que acabas de escribirme”. Es que yo ya era un poco así
(¿Será porque sos géminis? Dice la astróloga en mí), y aunque
quizás esté proyectando un poquito para afuera, creo que el
espíritu de esta ciudad se corresponde un poco conmigo. De alguna
manera nos entendemos, entre el amor y el odio, la impaciencia y la
tranquilidad, con esta tierra cubierta y recubierta de cemento. Y
vamos andando.
Ayer, después de
encontrarme con mi compañera Lucía que vino desde Argentina,
volviendo feliz con mi nuevo paquetito de yerba, descubrí mi segunda
cosa favorita acá, siendo la primera mirar el cielo todos los días:
salir a andar en bicicleta. Ya me había comprado mi pase Velib hace
unos días, pero me daba miedo usarlo (cobarde). La verdad es que es
la mejor opción: pagando casi 30 euros por año (menos de la mitad
del abono mensual del transporte público), tenés derecho a usar las
bicis que están por toda la ciudad, en estaciones que encontrás
cada 10 minutos, por media hora o 45 minutos de corrido, y si no te
alcanza vas a una estación y la cambiás.
La felicidad que
sentí ayer con el vientito (freeeesco) en la cara, pedaleando por
callecitas en bajada y sintiendo por fin un poco más propia esta
ciudad que a la vez siempre estoy descubriendo, es inexplicable.
Ahora sólo falta
que llegue de una vez la primavera y empiece el calorcito.
Ahí encontraré
seguramente otra cosa para quejarme, y otra cosa que me siga haciendo
feliz.